Hoy: Natalia Zito
Es escritora y psicoanalista. Publicó los libros Agua del mismo caño, Rara, Veintisiete noches, Traidores y Vos.
Un libro que amabas en tu adolescencia
Yo no fui lectora desde niña, en mi casa había muy poca literatura. Por eso recuerdo bastante bien los libros que tenía y ahí apareció Cuentos para Verónica, de Poldy Bird. Es un libro que me regaló mi mamá muy probablemente un poco antes de la adolescencia, tal vez llegando a la pubertad. Mi mamá no leía literatura y no sé cómo llegó hasta él, pero un día me lo dio.
Hay una escena muy linda en la que Verónica, la hija de Poldy Bird, cuenta en la escuela que su madre escribe y los compañeros le responden que “todas las madres escriben”, a lo que ella dice que no, que su madre escribe cuentos. Y hace poco mi hija, que está en segundo grado, me contó una escena bastante parecida que le pasó en el colegio. Cuando hoy releí esto, dije “qué locura”... Yo sé que hubo diferentes semillas para convertirme en escritora, y seguramente este libro fue una de ellas.
Un libro que releíste muchas veces
La hora de la estrella, de Clarice Lispector. La primera vez que quise leerlo no pude. Después, gracias a un curso que hice con Florencia Garramuño, logré entrar al mundo de Lispector. Al final lo releí muchas veces para mí y también para dar talleres. Es un libro que se puede leer como una tesis de escritura.
Yo creo que la riqueza de la obra de Lispector está sobre todo en sus novelas. Si uno lee el recorrido desde Cerca del corazón salvaje, su primera novela, hasta la última que publicó en vida, La hora de la estrella, puede ver cómo ella arma su propio género de novela. Eso es sumamente interesante. Los cuentos, por otro lado, me parecen el lado flaco de Lispector.
Su obra es como una geografía a la que hay que ir con un guía. Y para leer sus novelas, hay que saber perderse: a veces es difícil entrar en su literatura porque no se entiende. Es incómodo, de pronto uno se pregunta qué está leyendo, pero son grandes novelas que no hacen pie en la trama.
Un clásico
El extranjero, de Albert Camus. Me parece una novela perfecta: tiene la capacidad de obligar a pensar las cosas varias veces. Uno podría leerla de una manera lineal, pero no es por ahí. Además, es una forma interesante de pensar el duelo, porque el libro empieza cuando muere la madre del protagonista.
Un libro que te gustaría haber escrito
Agua viva, de Clarice Lispector. Ese libro es un ser vivo que irradia sentido en diferentes direcciones. Es novela, pero también es poesía, sin duda. No se trata de los hechos para nada y sin embargo va acumulando sentido. Perder la trama, que eso no sea lo que sostiene la novela, es algo muy difícil para los novelistas. Lispector lo logró, y yo no he leído nada igual. Leer este libro es una experiencia sublime, pero no hay que entrar por acá porque uno puede salir despedido.
Un libro para llorar
Estuve pensando mucho en esto. No recuerdo haber llorado nunca con un libro en la mano. Me pregunté por qué y encontré que en realidad tiene toda lógica. A mí me parece que si uno está verdaderamente frente a una obra artística (y la literatura es una pieza artistica) en realidad lo que eso produce es un gran placer, aunque se esté narrando un genocidio. Leer es una experiencia gozosa, no podría hacerme llorar.
En su lugar, sí quiero recomendar un libro para reír: Los palimpsestos, de Aleksandra Lun. La autora es una escritora y traductora polaca que escribió este libro en un español perfecto. El protagonista es un hombre que quiere escribir una novela en un idioma que no es su lengua materna: el antártico. Entonces vienen unas personas de la “Sociedad argentina de escritores” o algo así y literalmente lo cagan a trompadas. Él termina internado en un psiquiátrico para ser rehabilitado y ahí mismo están internados también Vladimir Nabokov, Agota Kristof y otros autores que han osado escribir en lenguas que no eran las suyas. Hay escenas absolutamente desopilantes y tiene un alto nivel de cinismo y de reflexión sobre el mundo de los escritores.
Un libro que todos deberían leer
Sería sumamente útil que todo el mundo haya leído dos libros. Por un lado, Sin destino, de Imre Kertész. Él fue un escritor húngaro que ganó el Nobel y esta novela está basada en sus experiencias autobiográficas. Cuando tenía 18 años, Kertész fue deportado a Auschwitz. El libro narra el horror, pero es una novela valiosísima porque él describe como nadie un instante de felicidad dentro de un campo de concentración. Poder hacer eso… muy bien dado el Nobel. Creo que todo el mundo debería leerla no solo porque es exquisita, sino porque narra algo que todos deberíamos tener presente: es la mejor manera de aproximarnos a lo que nunca más debería pasar.
Por otro lado, quiero mencionar Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, porque el “preferiría no hacerlo” de Bartleby te da vuelta, te pone el mundo al revés. Si todos tuviéramos el “preferiría no hacerlo” cerca, me parece que el mundo funcionaría mucho mejor.
Un libro que te gustaría volver a leer por primera vez
La trompetilla acústica, de Leonora Carrington. Ella era una artista plástica surrealista y esta novela me hizo feliz. Recuerdo una mañana de un fin de semana sentada en frente del río en la Costanera, con el sol y el libro: la felicidad. Tiene mucho humor y es hondo. La protagonista tiene 99 años y vive en la casa de su nieto, pero no la aguantan más porque es medio excéntrica y la mandan a un geriátrico. A partir de eso, una amiga de ella -apenas menor- organiza un operativo de salvataje y ocurren cosas muy divertidas. Me gustaría leerlo por primera vez para volver a ser feliz así.
Un libro que haya cambiado tu forma de pensar u opinión sobre algún tema
Hubo un autor que me cambió la vida para siempre y es Sigmund Freud. Yo soy psicoanalista, además, y me parece que no hay manera de salir ileso de esas lecturas. Recuerdo que terminé mi primer año de la facultad con el mundo totalmente dado vuelta.
Elegí un libro de Freud que fue el que más me partió la cabeza: el tomo 12, donde él presenta el caso de Schreber. Schreber fue un juez alemán que escribió sus memorias sobre un momento en donde él es nombrado juez y ahí “se brota”, desarrolla un delirio. El nombramiento le produce una desestabilización y termina con un cuadro de paranoia. Lo que teoriza Freud es que el delirio es un intento de curación del paciente y que es lo más sano que hay, no lo enfermo. Esa vuelta de tuerca me hizo ver el mundo desde otro lugar. El delirio como intento de construcción de un mundo que se le había perdido a Schreber me alucinó y es algo que tengo presente aún hoy.
Un autor argentino
Federico Jeanmaire. De las novelas que leí de él, la que más me gusta es Amores enanos, que cuenta la historia de un barrio privado de enanos. El punto de vista y el desparpajo me parecen geniales. Últimamente lidiamos todo el tiempo con la corrección política, pero si en la literatura obedecemos a ese tipo de cosas, estamos fritos. Y me parece que Jeanmaire en ese sentido está en el lugar correcto; es decir, en el incorrecto. Lo que más me llama la atención de su escritura es la precisión; tiene una prosa que seguramente le da mucho trabajo, pero parece que le sale fácil, sin más. También me interesa mucho el escritor Eduardo Berti.
Un autor que debería ganar el premio Nobel de Literatura
Ojalá Franz Kafka lo hubiera ganado. Pero de los autores vivos, me gustaría que lo gane Hélène Cixous. Es una autora francesa que es filósofa, dramaturga, ensayista, novelista… tiene una obra inmensa. La definen como feminista por algunos textos que ha escrito. Me parece una escritora que propone otra cosa en cada libro. Es una obra a la que es difícil entrar por esto de que va de un lado al otro y tiene un montón de referencias, pero me parece que amplía todo el tiempo, a veces tanto que uno no llega a seguirla.
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