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Conocé qué lee la autora de "La mujer que escribió Frankestein".
Hoy: Esther Cross
Es escritora y traductora. Publicó libros de cuentos y novelas y recibió diversos premios. Algunos de sus libros son Tres hermanos, La mujer que escribió Frankenstein, Kavanagh y El banquete de la araña, entre muchos otros.
Un libro que amabas en tu adolescencia
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Lo leí en segundo año del colegio y fue una lectura casi determinante para mí, sobre todo en ese camino que se siente a veces un poco forzado de lo que te dan para leer por obligación en el colegio. Yo ya sabía que quería escribir, pero este libro fue una revelación de lo que se podía hacer con la escritura y de la fuerza de la imaginación.
Recuerdo que en la adolescencia a mí me impresionó mucho algo que hoy tal vez puedo conceptualizar mejor: la idea de la telepatía que usa Bradbury. En este libro, las personas que viven en Marte no solo se comunican entre ellas a través de la telepatía, sino que también la utilizan como un arma. En la edición que tengo, además, está el prólogo de Jorge Luis Borges, donde él dice que Bradbury hace un paso magistral: cuenta historias de hombres que van a colonizar Marte, pero en lugar de hacerlo como una epopeya épica, usa un tono elegíaco.
Un libro que releíste muchas veces
Esta pregunta me dio mucho para pensar, pero voy a nombrar un libro que releí muchas veces de una manera muy intencional y lo menciono porque sé lo que iba a buscar en él. Es Misterio y maneras, de Flannery O'Connor, que reúne ensayos sobre la escritura. Siempre me parecieron fascinantes los libros en los que un escritor cuenta la trastienda de su escritura e investiga el lazo entre la escritura y la vida. En parte es por esta cosa de la espiona que quiere saber, pero también porque me parece que son libros vinculados con un lado de la literatura que es el de dar, el de la generosidad, el hecho de abrir un secreto y compartirlo.
Flannery O'Connor, que tiene una obra maravillosa, acá no solo comparte algunas coordenadas para la escritura y una teoría del cuento, sino que también tiene algunos conceptos más profundos de literatura que son los que siempre voy a buscar y siempre encuentro con matices diferentes. Uno, por ejemplo, tiene que ver con el enfoque de que los escritores del sur de los Estados Unidos eran acusados de siempre centrarse en lo grotesco e inventar monstruos y escribir sobre ellos. Ella remarca, con esta sutileza que tenía, que lo que pasaba es que ellos veían esos monstruos en una época de mucha negación y los contaban.
Otro concepto que a mí siempre me impactó mucho -y sobre todo últimamente, en esta época de la cancelación en la literatura y de la corrección política- es que ella dice que no se puede escribir para demostrar que una tiene un corazón de oro. Si una persona quiere demostrar que tiene un corazón de oro, es mejor que haga obras de caridad, porque cuando estás escribiendo tenés que meterte a fondo con el alma humana y hundir los pies en el barro de tu época y de la vida. A mí ese concepto me parece muy simple, pero muy iluminador a la vez.
Un clásico
Pensé en muchos, pero inevitablemente tengo que decir Frankenstein, de Mary Shelley. Ella no solo inventó un monstruo que sigue siendo el monstruo que todo el mundo se imagina cuando piensa en esa palabra, sino que también escribió un libro sobre la soledad. Además, la novela trata acerca de la relación entre los libros y la vida, porque el Dr. Víctor Frankenstein no deja de ser un autodidacta que lee libros que son el disparador para el experimento que hace. Es el primer libro de ciencia ficción que se escribió, y lo hizo una mujer en un contexto en el que eso era impensado.
Hay muchísimas ediciones y traducciones de Frankenstein y eso también habla de la flexibilidad del libro. Es una novela que fue un clásico ni bien se publicó: cuando salió, empezaron a aparecer hasta adaptaciones teatrales, lo que demuestra que es un texto generador de imágenes y un disparador de historias.

Un libro que te gustaría haber escrito
Voy a mencionar un libro que, de tanto que me gustaba, traduje. Se llama Once tipos de soledad, de Richard Yates. Fue de culto en su momento y después se sumergió por esta especie de obligación de ser feliz, que es tan de nuestra época. Yates fue un escritor de los años 50’ y en estos 11 cuentos él trata momentos de la vida de varios personajes donde el tema es la soledad, pero esa soledad compartida en medio de las grandes ciudades, en lo que en ese momento se llamaba la “Edad Dorada” de los Estados Unidos.
Me gustaría haberlo escrito porque me encantaría tener la capacidad que él tenía para contar una historia que conmueva tanto sin caer en el sentimentalismo. Hacía una apuesta grande por la literatura de la emoción a la vez apegándose al realismo de una manera que es muy difícil de lograr. También por la introspección de las historias y porque cada uno de sus cuentos, de una manera similar a John Cheever, a la vez que muestran una realidad desolada, lo hacen con esta luminosidad de su escritura. Es esa mezcla de estos dos aspectos lo que hace que sus cuentos sean únicos.
Un libro para llorar
Un libro para llorar y admirar es La balada del café triste, de Carson McCullers. Ella era una escritora que apostaba a escribir no sobre el amor romántico y de pareja heterosexual típico que se proponía en ese momento, sino de otros tipos de amores y relaciones, como las que hay entre amigos. Eso también aparece en El corazón es un cazador solitario: las fraternidades o los vínculos fuertes que entablamos a lo largo de la vida, no necesariamente familiares, y que son muy determinantes, a veces mucho más que un amor de pareja.
Es un libro triste, pero también luminoso. Hay una parte inolvidable donde la autora habla justamente sobre su teoría de que el amor es una experiencia compartida entre dos personas, pero eso no quiere decir que sea necesariamente igual para las dos. Desarrolla todo el concepto del amado y del amante y de cómo la persona que ama en realidad toma al amado como un depositario de muchas fantasías y ansiedades. Eso deja al amante en una posición de gran soledad y lo obliga a desarrollar un mundo interior para poder lidiar con eso. Creo que es esta visión casi circular y tan compleja del amor y la soledad lo que hace que este libro sea tan conmovedor.

Un libro que todos deberían leer
Es un poco tangencial: Diario de un desesperado, de Friedrich Reck-Malleczewen. Son los diarios de un escritor de best-sellers que en 1938, cuando Hitler sube al poder, decide, a diferencia de muchos de sus colegas, quedarse en Alemania en vez de irse. Siendo un escritor conservador, empieza a escribir un diario que es en realidad una especie de canto de odio a Hitler. En ese texto, él va contando el pálpito de la ciudad y el latido de lo que está sucediendo en ese momento.
Me parece muy interesante ver el otro lado de la historia y cómo él se compromete y fortalece su decisión de quedarse en Alemania cada día que pasa, a pesar de que pagará un precio carísimo por eso: termina, de hecho, en un campo de concentración, donde muere como un disidente. Es un diario muy fuerte por la lectura que él tiene sobre muchas cosas como los motivos por los que el pueblo alemán apoyó a Hitler o la complicidad civil y empresarial que hubo para que Hitler pudiera estar en el poder. Además, está escrito sin conciencia ni intención de convertirse en un gran testimonio histórico, pero termina siéndolo.
Un libro que te gustaría volver a leer por primera vez
La condesa sangrienta, de Valentine Penrose. Yo soy una lectora compulsiva de biografías y autobiografías desde siempre, pero ese libro para mí marcó un cambio muy fuerte porque es una autobiografía diferente. Es más breve, está entre la biografía y el perfil biográfico y hay una altísima apuesta a la escritura literaria sin perder el rigor de la información y de la investigación. Además, como todo gran libro, es la puerta para otro libro porque dio pie a La condesa sangrienta, de Alejandra Pizarnik. Volver a leerlo por primera vez significaría volver a tener ese impacto de una revelación.
Un libro que haya cambiado tu forma de pensar u opinión sobre algún tema
Definitivamente, Un cuarto propio, de Virginia Woolf. Cuando yo dije en mi casa que quería dedicarme a escribir, la respuesta de mi padre fue regalarme ese libro. Para mí fue no solo una profundización de la decisión, sino también la obtención de otra perspectiva en esta unión entre la vida y la escritura. Fue, además, la puerta de entrada a otra serie de ensayos de Woolf, que son todos los de El lector común. Yo con ella descubrí esta idea de que todos los grandes escritores releen la tradición heredada y la revisan según su propia visión.
Un autor argentino
Pensé en Enrique Molina porque es un poeta bastante olvidado. Representa a toda una generación: la de Francisco Madariaga, Olga Orozco y demás. Es el poeta que tomó el surrealismo, no estéticamente quizás, sino casi como una forma de vida. Esa especie de adscripción al credo del surrealismo, más el hecho de que se hubiera embarcado como un marino mercante cuando era joven, están en esto que él llamaba su deambulación permanente con la poesía.
Además, es el poeta que escribió Una sombra donde sueña Camila O' Gorman, que yo creo que es uno de los grandes libros de la literatura argentina y que está bastante relegado, pero es fundamental. Cuando él se encontró con algunos archivos y testimonios de lo que había pasado con Camila O' Gorman, su reacción fue escribir ese libro, que definía como una sombra de la historia de ella: no es una biografía ni una novela histórica. Él creía que el protagonismo de ese libro lo tenía el lenguaje porque consideraba que la historia misma de Camila O' Gorman había sido poesía pura. Es un libro hipnótico que no pierde rigor histórico y con una investigación fuertísima.
Un autor que debería ganar el premio Nobel de Literatura
Es difícil, pero pensé en Sharon Olds por la calidad y la consistencia de su obra. Es la poeta de los pequeños detalles que son grandes descubrimientos. Más allá de que ella ponga el cuerpo en primer plano y hable de las relaciones y de las pérdidas, creo que esos pequeños detalles se convierten también en la poesía misma que ella escribe. Es la poeta de los registros sensoriales. La claridad descarnada que tiene, que parece tan simple, es un estilo que a mí me parece admirable.
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